1 Pedro 1:23-25

En este pasaje podemos encontrar al menos tres puntos a considerar, el primero es sobre el tema del nacimiento, la biblia nos explica que es necesario que el ser humano, que ha nacido biológica, física, carnalmente llegue a experimentar el nuevo nacimiento en Jesús, o lo que llamamos el nacimiento espiritual. La biblia dice que lo que es nacido de carne, carne es, y lo que es nacido del espíritu, espíritu es. La única manera encontrar la salvación de Dios es pasar por el portal de este nuevo nacimiento, un nacimiento que no es de simiente corruptible, sino  simiente incorruptible. Todos los seres humanos que nacemos en este mundo tenemos un tiempo contado, lo que nos toca experimentar aquí es una vida muy corta por cierto, y muy apreciada por nosotros, sin embargo la realidad del universo que Dios ha creado, nos presenta el desafío de la eternidad, según la cual solo las personas que nacen de arriba, que equivale a decir nacer de Dios, tendrán la vida eterna. Ahora, ¿Cómo se nace de nuevo? Esto se da cuando el ser humano se arrepiente de su condición de pecador, de estar viviendo al margen de Dios y se acerca al Señor Jesucristo entregándole su vida, creyendo con todo su ser que Jesús es Dios mismo, el hijo de Dios quien murió en la cruz para traer salvación. Como el pasaje está dirigido a creyentes, el apóstol Pedro nos está recordando que hemos sido renacidos de simiente incorruptible, y que esto ha sido ocasionado por efecto de la Palabra de Dios. Entonces el llamado es para quienes no han pasado por este umbral del nuevo nacimiento acérquese a Dios en oración dígale que quiere ser perdonado.

El segundo punto es una comparación entre el producto de lo que es nacido de la carne frente al producto de lo que es nacido del Espíritu, de lo incorruptible, y compara usando una imagen figura muy apropiada en la que se nos compara con una planta que crece y florece, la vemos muy hermosa pero su tiempo de vida no dura mucho, en pocos días se marchita y no está más. La vida del hombre es así, la gloria del hombre se desvanece tan pronto e impensadamente; con gloria se refiere a la estima de esta vida terrena, al valor de esta vida que termina prontamente. Mientras que lo que el nacimiento espiritual produce algo que permanece para siempre. Lo que es nacido de carne es abismalmente inferior e irrisorio en relación a lo que es nacido del Espíritu.

En tercer lugar encontramos abordado el tema de la Palabra de Dios. En estos textos leídos encontramos tres veces mencionada la Palabra de Dios. Se está aludiendo a la persona del Señor Jesucristo que es el verbo o Palabra, tal como lo dice en el primer capítulo de Juan, cuando dice que la Palabra estaba en el principio, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios.

Pero también “Palabra” se refiere a las sagradas Escrituras, lo que nosotros conocemos como el conjunto de libros inspirados por Dios, compilados en lo que denominamos Biblia. Muchos testimonios se han dado durante los siglos pasados respecto a lo profundo y maravilloso que es el contenido de la Biblia; para su elaboración Dios usó a más de cuarenta hombres de distintos tiempos en el lapso de más de 1600 años, abarcando distintos géneros literarios así como abordando variadas temáticas, pero manteniendo desde un principio hasta su final un mismo hilo conductor, que no es otro énfasis que el de la persona y obra del Señor Jesucristo. Llega a nosotros como la misma verbalización divina que contiene todo cuanto un creyente debe saber sobre cualquier situación o asunto del pasado, presente y futuro. La revelación escrita de Dios se constituye en la provisión del creyente para enfrentar cada una de las circunstancias de la vida terrena marcando las pautas del propósito de cada uno de los creyentes.

Debemos decir entonces que el poder de la Palabra de Dios es tal que puede cambiar por completo la vida y el futuro de una persona. La Palabra de Dios es lo que necesitamos para adquirir las cualidades y funciones de nuestro servicio al Señor así como dentro de los roles que nos corresponden en nuestra gestión mientras habitamos en la tierra.

A través de la obediencia a la Palabra de Dios es que nosotros hacemos realidad el propósito de las palabras que salen de la boca de Dios.

El oír la Palabra de Dios produce en nosotros el nuevo nacimiento que es la puerta a la vida eterna y abundante en la que el Señor nos va haciendo crecer, nos va desarrollando alimentados cada día de esa Palabra eterna, poderosa y única.

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